domingo, 3 de octubre de 2021

COVID-19 y África empeorar lo que ya estaba mal.

 

Covid-19 ha tenido un impacto desigual en los países africanos, pero se puede decir que la tónica general es que no ha hecho más que empeorar lo que ya estaba mal.

Las restricciones han sido diferentes en distintos momentos dependiendo de cómo evolucionaba el número de casos, parecido a lo que ha ocurrido en España. Tanto las economías como los ciudadanos se han visto afectadas de distinto modo, no solo por las restricciones, sino por la crisis global y la restricción de movimiento en el planeta.

Analizar el impacto que esta enfermedad y todo el jaleo asociado a la pandemia han provocado va a ser tarea de titanes y va a llevar, creo yo, muchos años de trabajo (a ver si se hace). Pero hay cosas que ya se ven.

En Uganda los más pequeños aún no han pisado el colegio desde marzo del 2020. Los colegios no abrirán antes de 2022, si reabren. Algunos cursos habían vuelto a clase durante unos meses en 2021, pero se volvieron a cerrar para tratar de frenar una ola de casos. Los niños ya han perdido dos años escolares. Los más afortunados han tenido clase por zoom o alguna plataforma similar y los colegios se inventarán alguna manera de hacerles exámenes al volver a ver si avanzan pero…

¿Cuántos miles (millones?) de niños no tienen ni un smartphone para atender ninguna clase?

¿Cuántos de ellos volvieron a trabajar en el campo cuando los colegios cerraron, en un intento de mantener la economía familiar a flote?

¿Cuántas niñas son ahora parte fundamental del trabajo del hogar, recogiendo agua o leña, cuidando a los hermanos menores mientras su madre trabaja en el campo para cubrir las necesidades de la familia en una economía informal que ha tenido que adaptarse al cierre de los mercados y las restricciones de movimiento?

¿Cuántos de esos niños no volverán al cole cuando reabran?

¿Cuántas de esas niñas estarán casadas con un hombre mucho mayor que ellas antes de que las escuelas vuelvan a abrir, un recurso para reducir las demandas dentro de su propia casa y tratar de asegurar que la niña tenga un futuro en otro pedazo de tierra?

Y eso son los pequeños, que de alguna manera tendrán que recuperar el tiempo perdido en lo que les queda de vida escolar. Eso es lo que está pasando en Kenya, por ejemplo. Las escuelas abrieron después de seis meses de cierre total, y siguen ajustando los trimestres y haciendo turnos entre unos cursos y otros para poder tener más espacio disponible y poder tener menos alumnos por aula. De algún modo, al menos en Kenya han hecho planes para que todos los cursos recuperen el tiempo perdido. Pero eso va a costar varios años.

¿Por qué es tan importante recuperar el ritmo? Pues si miramos a los mayores, a los que están en la universidad, vemos el principio de lo que un retraso de dos años puede suponer. Estos países no tienen suficientes médicos, enfermeros, maestros en circunstancias normales. Durante una pandemia que se ha cobrado las vidas de muchos profesionales de la salud y de muchos profesores de universidad que están, por la naturaleza de su trabajo, más expuestos que otras profesiones, la falta de profesionales de la salud y de los profesores que son necesarios para formarles es aún más grave. Un retraso de dos años en la siguiente hornada de graduados puede ser devastador. Y el problema va más allá de las necesidades inmediatas de cubrir los servicios básicos. Los chavales que no tienen la oportunidad de acabar el instituto son los abogados, los ingenieros, los arquitectos, los profesionales del futuro que han de trabajar para sacar a sus sociedades del nivel de pobreza en el que están. El riesgo de perder décadas de desarrollo y que muchos de ellos vuelvan a la vida rural de la agricultura o ganadería de supervivencia es enorme, y puede tener consecuencias mucho más allá de sus vidas individuales y tener efectos a nivel de país.

Mientras Europa y Estados Unidos empiezan a dar la tercera dosis de la vacuna, en África apenas el 4% de la población ha recibido las primeras. Para intentar visualizarlo, eso supone que si una entra a un supermercado de vecindario en el que la capacidad viene a ser de 100-200 personas, lo más probable es que menos de 10 personas hayan recibido la vacuna, lo cual supone que incluso los que tienen la suerte de estar vacunados están menos protegidos que los vacunados en lugares con porcentajes de vacunación que ya rondan el 70-80%.

Las vacunas no llegan porque los ricos las compran antes y más caras, y los demás países no pueden competir por un producto que debería ser un derecho humano, pero que se ha convertido en una herramienta para incrementar la desigualdad global. Esperemos que los países ricos entiendan pronto que la solución está en sus manos. Esperemos que lo entiendan antes de que el daño ya no tenga remedio.


Marta Vicente Crespo

Socia fundadora de Sayansi IxD y nuestro contacto en África; que tras varios años en Uganda,  actualmente nos escribe estas líneas desde Kenia.